El gobierno estatal no movió un dedo para rescatar al puerto de esta situación, apenas si desplazó a su personal para que, en algunos casos, arrojara cal a los montones de basura.
Llovieron en redes sociales los reproches al estado en el sentido de que debió haber pensado en el daño que causaría turísticamente al puerto y que mejor habría sido que lo apoyara enviándole camiones, como lo hizo con Chilpancingo.
A estas alturas, las quejas de la alcaldía porteña de que el gobierno estatal le estaba creando problemas sin razón, ni sustento, menudeaban en los medios.
Lo acusó de manera insistente de que, debido a la emergencia “que no tenía razón de ser”, muchos visitantes estaban cancelando reservaciones en las hospederías.
Chilpancingo, es verdad, es la capital política de Guerrero, la cabecera más relevante por esa razón; Acapulco es el municipio económicamente más importante de la entidad; es el que en buena medida suministra los recursos a las arcas de la entidad. Se entiende la intervención estatal en el caso de Chilpancingo; lo que no se entiende es la indiferencia hacia Acapulco; lo que no se explica es el doble rasero.
No queda ahí: trabajadores de Coagua llevan más de 10 días en paro en reclamo de prestaciones laborales y pago de salarios devengados; durante ese lapso, la escasez de agua se ha recrudecido en el puerto, y ha obligado a usuarios a bloquear vías de comunicación en exigencia del líquido.
La alcaldía ha demostrado su incapacidad para resolver el conflicto; el gobierno estatal mantiene su indiferencia, abandonando, otra vez, a los sedientos acapulqueños. n