El populismo de izquierda, por su parte, ya ha sido bien definido por sus detractores del bando opuesto: es atractivo como canto de sirenas, pero igual que éste termina siempre en desastre. Es populista pretender burlar las leyes del mercado en un supuesto afán de proteger a los que menos tienen. Es populista establecer control de precios, control de cambios, controles del Estado por todos lados, en la idea de que esos controles ayudan a los desfavorecidos.
Todas esas medidas son no sólo inútiles, sino contraproducentes. Hay un ejemplo muy claro de ello en la Venezuela de Nicolás Maduro.
Las sociedades con mayores niveles de bienestar no tienen gobiernos populistas.
Pero la dicotomía entre neoliberalismo y populismo no es lo único que puede haber. En la estridencia con que se desacreditan mutuamente neoliberalistas y populistas queda poco espacio para ver que en el horizonte se asoma una tercera vía: la economía de mercado con firme rectoría del Estado.
Parafraseando a José Agustín Ortiz Pinchetti (La Jornada, 9 de abril de 2017): la economía de mercado es competitiva y transparente; permite un juego intenso de oportunidades e iniciativas y está vinculada a la libertad política y a la democracia. El capitalismo –y, por extensión, el neoliberalismo–, por lo contrario, tiene como objetivo dominar, no competir. Huye del control; intenta, y muchas veces logra, someter al Estado.
En México el camino es el reformismo: debemos volver a crecer y empezar a redistribuir, desarrollar la economía de mercado con firme rectoría del Estado. Los adversarios no son los empresarios, sino los monopolios, la corrupción y la riqueza mal habida. n